Hemos emprendido un viaje por territorios desconocidos sin atender mucho a las consecuencias que puede tener sobrevolarlos y menos si es desde cierta altura. Por así decirlo de forma más visual y práctica sería sin la previsión de llevar puesto un paracaídas. Nuestra mente, anteriormente, nos apunta que no hay que meterse donde a uno no le llaman, porque es peligroso y nos puede pasar algo. ¿Nos hemos protegido? Ciertamente un paracaídas mental podría ser útil en nuestro mundo cotidiano. Sin embargo, adelantamos, que donde vamos a sumergirnos sería incluso contraproducente. Pues ese espacio no responde a las leyes de la razón instrumental, práctica y segura de sí misma, sino a una intuición original y espontánea difícilmente de domesticar con artilugios y mucho menos artificiales.
A estos pensamientos de viajar con riesgo puede llevarnos a tener miedo e incluso un fuerte temor a fracasar. No obstante, improvisadamente tras ésta, nos asalta una fuerza interna, audaz, envuelta con vientos sinceros y nobles. Ambos, fuerza y vientos, trasmutan el miedo a lo desconocido en un valor inmanente a nuestra naturaleza por desvelar secretamente la nueva dimensión que nos esperaba y a la que vamos a ser sensibles.
Si bien surcar nuevos mundos es una misión que ha aflorado desde nuestro interior, y simultáneamente nos llena de entusiasmo, nos inquietamos pensando que precisamente viene un viaje con el concepto tan aparentemente extraño como “Gracia”. Aun así lo contemplamos, todavía sin conocerlo y de primeras nos parece que es un enorme acantilado vertical y abrupto, pues nos resulta difícil ver su “ser” y la inspiración que nos va a llevar a desvelarlo. Esa inquietud y dificultad son los pensamientos que nos sobrevienen semejantes a estos otros: -“ni idea, imposible…no podemos….” Una vez más, nuestra querida mente desea que nos quedemos cerca de ella, haciéndonos creer que nos protege y aconsejándonos la retirada por nuestro “bien” a nuestra segura área de confort1. Piensan que vamos a fracasar2. Pero resistimos. Y luchamos. Caemos en la cuenta de que si ni siquiera vemos el contorno de nuestro futuro cercano concepto, es porque nuestros pensamientos nos nublan. Inspiramos…expiramos… y continuamos nuestra misión a pesar de las adversidades. Para guiarnos buscamos como referencia a “gracia” en el en el diccionario. Leemos las acepciones y las hacemos nuestras. Mentalmente las clasificamos según nuestra imaginación y las componemos a nuestro modo3. Aquí despegamos y comenzamos el vuelo a esa nueva tierra lejana que vislumbramos cada vez más próxima de “gracia”.
Cerramos los ojos y aparece ante nosotros ya una silueta. Ésta se esboza alegremente con unas vibraciones que se tornan ahora, en una imagen femenina. Es una mujer fina y esbelta, que sin grandes rasgos que la hagan guapa, es dulce y sin ser sofisticada, es elegante. En general, agradable a la vista por su figura y andares armónicos, que se asemejan a los pasos alargados y pausados de una bailarina de un ballet clásico. Su indumentaria, es un vestido que llega hasta los pies. Sin mucho escote, tiene un corte que parte de la cintura. Es ágil física y mentalmente. Le gusta la danza y la poesía. Es divertida, generosa con los amigos que la rodean y no les guarda rencor, cuando en alguna situación éstos la pueden ofender. Es noble de corazón y perdona, olvidando.
Encontramos a Gracia. Su modo de ser, tiene algo que, en un momento dado, aquel que de forma fortuita sale de lo ordinario, siendo ella misma en su conjunto irradia una vaporosa luz que chispea sólo unas milésimas de segundo como una estrella fugaz, que nos atrapa con su esencia en tanto que palpa4 lo eterno. Ese instante, ese preciso ser, es Gracia a nuestro modo de desvelarlo.
La imagen que muestra a Gracia ilustra esta reflexión. En esta obra de arte5, sin ojos desvelados, puede pasar nunca mejor dicho, divinamente desapercibido su ser inherente. Esta captura noes del instante de un curioso gato, el cual tira una jaula de un asustado pajarito y una joven lo va a recoger, sino la exaltación de la radiación de nuestra genuina musa. Por ello, quien nos impregna con ese lúcido instante que chispea, es íntimamente Gracia, que con su modo ser, sin intención de enseñar su esencia, nos la muestra desinteresadamente. Esta obra, sin ese velo que la oculta, con nuestro discurso intuitivo de Gracia, podría ser en de una bondadosa heroína que con su delicada desenvoltura indulta a ese afortunado pájaro de su inmerecido encierro y le concede su salvación haciendo posible que vuelva a volar hacia su anhelada libertad.
Con Gracia desvelada, dormimos ahora tranquilamente volviendo a nuestra vigilia cotidiana.
MAF
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[1] Ciertamente pensamientos autómatas.
[2] Los pensamientos autómatas se mezclan con estos otros impropios, que sienten también miedo, porque recuerdan fracasos de situaciones pasadas y las reflejan en un futuro fantasioso, por eso impiden que pensemos con claridad.
[3] En el RAE (el diccionario de la Real Academia Española), aparecen nada menos que unas quince acepciones. Entre ellas están, las más tangibles:
- La cualidad que hace agradable a la persona o cosa que la tiene.
- Es ese atractivo independiente de la hermosura de las facciones, que se advierte en la fisonomía de algunas personas.
- El ser afable y tener un buen modo en el trato con las personas.
- La capacidad de alguien o de algo para hacer reír.
- La habilidad y la soltura para la ejecución de algo.
- Dicho o hecho divertido o sorprendente.
Y otras, más etéreas, porque se ven sin que puedan ser tocadas:
- Aparece con un don o favor que se hace sin un merecimiento particular; no se hace nada para poseerlo, a pesar de ello, se le confiere tenerlo.
- Posee la potestad de otorgar indultos o perdón.
- Se relaciona con la benevolencia y amistad de alguien.
- También en la doctrina católica, es un favor sobrenatural y gratuito que Dios concede al hombre para ponerlo en el camino de la salvación.
[4] “Palpar”: en su doble sentido de que se toca algo y que se percibe algo con claridad que en este instante revelado que comentamos aparecen simultáneos.
[5] Obra de Antonio Gilbert, “Amor compartido II”, la obra de este pintor español es de finales del s. XIX, en Francia.