Cuando pensamos en la palabra “aventura” nos viene a la cabeza inmediatamente viajes, salidas en espacios abiertos, deportes, incluso deportes de riesgo… lo que no aparece a simple vista a la mayoría de nosotros es cierta “aventura”, aquella que acontece cuando nos paramos en seco en nuestros hábitos cotidianos para preguntarnos sobre lo que hacemos, que por cierto, puede ser una aventura con mayúsculas.
Nuestra rutina diaria está ligada a multitud de variables físicas y mentales, que a su vez, están estrechamente relacionadas y que curiosamente son imperceptibles, porque estamos sumergidos en una cotidianeidad monótona y absorbente. Es como estar con el botón de “inercia” encendido. Ahora, vamos a apagarlo. OFF. ¿Qué sucede? Un proceso de atención hacia nosotros mismos direccionado hacia el mundo exterior.
En el plano físico, el hecho de observarnos, desde cierta perspectiva, hace que todo se ralentice, nos veamos a cámara lenta.
- Por la mañana al despertarnos, notamos que el cuerpo se levanta ¡con energía!, porque ahora el sueño es profundo y reparador. Es muy posible que volvamos a soñar y aunque no recordemos nuestros sueños bien, si podemos llegar a sentir que han sido bellos.
- A la hora de la comida, ya no llegamos exhaustos haciendo y pensando mil cosas a la vez, sino que saboreamos tranquilamente la comida y mantenemos una conversación amena y relajada con nuestros familiares sobre cómo les ha ido la el día.
- Las meriendas, una pausa en la tarde, que disfrutamos tomando un té, un zumo o una fruta refrescante, en vez de engullirla en tres segundos.
- Y a las noches llegamos paulatinamente y no de sopetón “ya son las doce!”.
Definitivamente, sin un foco interior centrado en lo que hacemos, es un vagar ciegamente en la inercia diaria . Sin embargo, parar y observar trae a cada momento del día, con su continente y sus contenidos, el brillo de su peculiaridad vivida, sentida y amada.
Otro cambio se produce en el plano mental, aunque tampoco es el cambio más esencial.
En lo mental es donde la “aventura” de ver deliberadamente nuestro día a día empieza a adquirir forma y va in crescendo. Esto es importante. Creemos que cómo vivimos es la “vida”. No es así. Nos explicamos. Porque la vida no es llenarla de cosas. La vida no es una habitación para guardar todo. Ni se debe vivir con la angustia innata de que perder un gramo de cualquier nimiedad es una tragedia. A esto se le añade otro hábito más perjudicial. Aceptamos que para ser una persona activa y diligente no podemos permitirnos el lujo de tener tiempo sin estar ocupado de cosas. Otro error. La vida no debería relacionarse directa y únicamente con “cantidad”. Porque ésta no es un conjunto de "cosas" o solo lo puramente físico ("materialismo"), sino que debe ir acompañada de “calidad”. La calidad de nobles pensamientos, de amor a los que nos rodean, de realizar grandes esfuerzos, de promover acciones desinteresadas, de tener mágicos re-encuentros…
La vida es un río bravo que fluye y para hacernos más fuertes y avanzar diligentemente en nuestra evolución, debemos nadar como valientes salmones rosados contra esa corriente del materialismo tristemente instalado y consolidado entorno a nosotros. Y hacerlo no por obligación, sino por voluntad inteligente de estar actuando en sintonía con lo que "debe ser".
Si sabemos lo que no necesitamos en nuestra vida, ya nos encontramos a la mitad del camino. Lo siguiente es vivir con "tiempos suficientes" para que realmente hagamos lo que nuestro corazón nos pide hacer. Puede suceder que en alguna ocasión al cerrar los ojos sintiendo nuestro interior sinceramente, aparezca cierto sentimiento. Una sensación donde se puede percibir algo que podemos llamar "tranquilidad", en cierto modo tan serena, que la asimilamos como una actitud propia de nuestra alma. Si, es cierto que al principio la podemos no reconocer y esto es algo natural o por lo menos dentro de lo razonable, porque hace demasiado tiempo que estamos todo el día corriendo de un lado a otro sin que ella aparezca por ningún rincón. Por este motivo, por un tiempo ese momento de calma hay que observarlo, comerlo, masticarlo, digerirlo y tras ello, discernir nítidamente que no sea un engaño de ociosidad mezclada con pereza disfrazada de "tranquilidad". Cuando ya estamos seguros de lo contrario, entonces con esa valentía para luchar contra la inercia adquirida antes dibujada… nuestra amiga tranquila (o serena) nos sobre viene. Ahora conscientemente, en un espacio en blanco. Y en este instante, se nos desvela el ser de la “aventura” como “un claro en el bosque” .
En el silencio querido de nuestros corazones surge una suave bruma que se transforma en la oportunidad de obtener el cambio más esencial que nos puede regalar nuestra aventura de vivir, que es instalarnos en el rumbo que revela para nosotros la misma naturaleza.
En nuestro caso, hacia una forma integradora y holística de pensar, vivir y sentir impulsada por un verdadero amor hacia la realidad más profunda e inherente a todo el universo. ¿En que se materializará? ¡Nuestra aventura comienza!
MAF
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(5) Trasladamos este sublime concepto de “claro del bosque” de Heidegger a nuestra propia interpretación y escenario. HEIDEGGER, M. (1998): El origen de una obra de arte, en Caminos del Bosque, Alianza editorial, Madrid: Título original: Gesamtausgabe. Band 5: Holzwege, Traducción de Helena Cortés y Arturo Leyte.